miércoles, octubre 25, 2006

La cultura blanda

Este texto es de Hermann Bellinghausen y salió el Lunes en La Jornada

Ahí va: es una maravilla.
Es una chingonería

Nos encontramos en un punto semimuerto de la cultura-cultura, la que hacen los artistas, intelectuales y funcionarios con licencia de cultos. Importan demasiado las becas, de origen usualmente gubernamental; los encargos jugosos de las empresas deseosas de "prestigio"; los premios que se negocian y cabildean, porque si no se escurren entre los dedos. Y sí, hacer obra o reditarla.
Lo importante es no comprometerse. Hacer de la independencia creativa una justificación para no estar en el mundo real, que se ha vuelto ingrato, incómodo y muy demandante. Complica la relación con el poder, ahora que el poder tiene legitimidad tambaleante pero conserva, con fuerza, el poder (perdonando la redundancia).
No es exclusivo de nuestro país. Así está el mundo. Veamos nuestro "modelo" más cercano, Estados Unidos, donde hasta para ser Noam Chomsky o Kurt Vonnegut se necesita riesgo. El espionaje y la tortura son legales en ese país. La frontera cierra de manera no muy distinta de cómo se hace entre Israel y Palestina, o de lo que fue en su momento el muro de Berlín. Es decir, a lo bestia.
¿Quién, entre la casta ilustrada, alzaría la voz si reprimieran a los bárbaros de Oaxaca? No lo hicieron con Atenco, que hasta fue televisado. Policías garroteando, gaseando, pateando, violando. En Oaxaca la policía dispara; los sicarios del gobierno matan a la vista de todos. Pero es mejor dudarlo. Hay confusión, sabes. Grupos interesados en incrementar la crispación. El pueblo, los pobres, los sindicatos, los indios, andan rete sospechosos. Ya no digamos los trasnochados de izquierda.
Ya quedó lejos ese México donde las luchas del pueblo poseían prestigio entre los artistas. No se trata de volver al arte de Diego Rivera y menos el de David Alfaro Siqueiros, pero había algo ahí que se ha perdido. Todavía el 68, esa dolorosa derrota, fue una victoria cultural verdadera.
Quedan algunos hombres y mujeres mayores, con edad y obra cumplidas, que se mantienen del lado de (o cerca de) los de abajo. Habrá quien diga que pueden, que están más allá del bien y del mal; como sea, tienen valentía y mérito. En un país cada día más en poder de la inculta ultraderecha, se arriesgan a que los zarandeen en la televisión y los actos públicos.
Las universidades, algunas, son eficaces, pero han dejado de ser surtidores de la crítica. Allí operan también las becas, las plazas definitivas, el silencio de los inocentes. Perdón, la vida académica.
Hoy se destruyen o privatizan selvas, manglares, bosques y hasta zonas arqueológicas con la venia y la participación de biólogos, arquitectos y arqueólogos que "racionalizan" las voracidades del mercado desde la lógica del posibilismo. Si tal agencia yanqui o europea financia un proyecto "correcto", los científicos colaborarán, aunque el destino final sea innoble, trasnacional, y finalmente destructivo.
Los públicos de la cultura se han vuelto reverentes, tratan de ser exquisitos, portarse a la altura, aplaudir y punto. Ya no hay quien irrumpa y disrumpa en la Alta Cultura, quien provoque o ponga el dedo en la llaga, como lo hicieron en su tiempo los despreciados Infrarrealistas, curiosamente hoy menos olvidados que nunca, y que sobre todo gracias a la obra del escritor chileno Roberto Bolaño se han convertido en un mito literario de alcance continental y trasatlántico, en una época que ya no hay mitos.
Hace unos años se hablaba, con desdén culterano, de literatura light. Ya no hace falta. La cultura es 'light' sin adjetivos (visibles). Hasta los roqueros que fueran rebeldes (aún a niveles instintivos) hoy sueñan con que los acepte MTV y el dulce precio del éxito.
O bien está la cultura politizada, que tapa calles, estorba ingeniosamente en los grandes centros comerciales, performancea por las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, las violadas de Atenco, las agresiones electorales y culturales de la derecha yunquista. Pero ésa, desde los Olimpos de la Cultura que Importa, no es cultura, es payasada, rémora, "loqueras de Jesusa". En realidad, es en ella donde se conserva la vitalidad creativa, atrapada tal vez en las urgencias de la hora. Pero si mientras el país se cae a cachos no hay quien la arme de tos, entonces cuándo.
Se dirá que siempre fue así. Que las torres de marfil y los "intelectuales de café" siempre han copado la Alta Cultura. No es verdad. Y no que todo deba ser José Revueltas (que no estaría mal, por cierto). Hoy la cultura es una vía al bienestar. Lo opuesto a la generación juarista, o la revolucionaria, que se comprometieron con una idea de Nación, quisieron ser maestros del pueblo, creyeron en sí mismos como parte de algo más grande que sus nombres o personas o cofradías. Hubo un núcleo duro de cultura nacional que hasta el poder temía. Hoy, la cultura visible es blanda, no muerde.

miércoles, octubre 18, 2006

La salida de la radio, gracias a Marín



La salida de la 10. El último programa provocado por la censura de Mario Marín.
De izquierda a derecha: El Yago, Efraín Núñez, Arturo Rueda, Mario Alberto Mejía, Yo mero, Sergio Quiroz y Rubén Moreno

La foto es de Ulises Ruiz ( no el de oaxaca, no se espanten)

martes, octubre 17, 2006

Freaks

Freaks
Un clásico de lo grotesco

Alejandro C. Manjarrez escribió ayer en su columna Réplica Contrarréplica sobre la denuncia de hechos que presentó Mejía y Rueda ante la Fiscalía Especializada en Atención de Delitos contra Periodistas y cito las últimas líneas sobre su análisis: “Es un hecho, pues, que los periodistas vivimos entre borrascas y malas caras. Y que en ocasiones usamos la libertad de expresión de manera osada, a veces satírica y de vez en cuando mordaz. Ello causa a quienes criticamos desde la molestia pasajera y tolerable hasta el enojo visceral que propicia la intolerancia. Y en el asunto que nos ocupa, cuyo origen es la entrevista que hizo Jesús Manuel Hernández al gobernador Mario Marín Torres, lo único que se notó fue precisamente la molestia del mandatario, si usted quiere bien justificada. Lo demás, como la supuesta intervención del gobierno para suspender el programa de Arturo y Mario es, valga la expresión, algo subjetivo ya que no se puede probar. Las palabras que expresó Mario Marín son muy parecidas (por no decir las mismas) a las de cualesquiera de los políticos que han ‛sufrido’ la crítica mordaz, satírica y osada de los periodistas en cuestión, con una diferencia: no las pronunciaron en un programa de radio ni son gobernadores”.
Hasta aquí la cita.
Desde la semana pasada se han dado comentarios sobre si es exceso de protagonismo de los señores Rueda y Mejía, que si es el dolor porque salieron de un espacio radiofónico, que si detrás existe la mano negra de Enrique Doger, que si los periodistas carecen de credibilidad, que como Mejía es un periodista que ha criticado a sus colegas de otros medios no se pueden solidarizar con el director editorial de CAMBIO, que si bla, bla, bla y no sé cuántas burradas más.
Manjarrez, de cierto modo, da en el clavo al señalar que hay una diferencia entre las críticas de un gobernador hacia un reportero a las críticas que haga un reportero a un gobernador. Y vaya que existen diferencias: de entrada, el dueño del balón es el gobernador. Él tiene bajo su mando a los cuerpos policíacos, a jueces, judiciales, policías de a pie, al venerable anciano de Pacheco Pulido, las fuerzas vivas del PRI, directores de medios de comunicación, en fin, todo lo que se mueva, desde presidencias municipales hasta diputados. Todos comen de su mano, aunque debilitada, es su mano, aunque pequeñita, es su mano y es la mano de un gobernador.
No es lo mismo dos micrófonos, dos libretas, dos plumas, dos teclados de computadora. En nada se compara.
Pero de todo esto surge la pregunta: ¿por qué denunciar a Marín? Quiero aclarar que pese a que trabajamos juntos, sobre este tema poco he platicado con los denunciantes, es decir, es un punto de vista muy, pero muy personal.
Una denuncia contra el gobernador de Puebla por dos periodistas deja un precedente en la historia. Además, abre una nueva discusión que pocos periodistas quieren entrarle por el miedo, más que a Marín, a sus directores o a los dueños de los medios de comunicación, quienes actúan como empleados de Marín.
Si Marín actúa como lo hace contra los medios simplemente es porque los radiodifusores o los dueños de los periódicos se han convertido en pajes del reino y evitan a toda costa que sus reporteros cuestionen al amo del balón en Puebla.
¿Cuál es la discusión? Simple y sencillo: la mentada relación entre la prensa y el poder.
Cuando un hombre llega al poder hace lo que él quiera, entonces su nivel de civilidad se ve opacado al regresar a su nivel más instintivo, digamos que regresa a su estado animal. De ahí que vienen declaraciones tan fuertes como: “Ya le di sus pinches coscorrones (…) vieja cabrona”, y demás lindezas del lenguaje sexenal. Esos comentarios, hay que recalcarlo, son propios de un animal en su estado natural.
¿Cuál sería, entonces, el método para frenar a un hombre que una vez subido a la silla del poder puede mandar, comprar, enajenar, censurar, callar, festejar, chingar, ayudar a quien se le ocurra? ¿Cómo controlar a un hombre que todo lo que dice es ley?
Los reporteros —y los que se llaman columnistas— nos hemos convertido más en policías políticos que en informadores, por ejemplo: es más importante saber quién filtró los documentos que el delito cometido, y que los citados documentos que lo comprueban. Es más preocupante saber quién es la mano detrás de la filtración que los delitos de corrupción en los que se incurre. Estamos de la chingada, pues. Y aunque siempre es importante saber el ¿de parte de quién? De fondo, siempre de fondo, es el delito que se persigue.
¿Qué garantía tendrá cualquier reportero para escribir, pensar, decir o disentir? De entrada en Puebla aún es un delito la difamación a diferencia del Distrito Federal. De entrada en Puebla no existen los mecanismos para enfrentar a un gobernador o funcionario que se pasa de lanza con un reportero.
Un ejemplo: El 27 de febrero del 2005, 11 diputados priistas denunciaron a Mejía y a Selene Ríos. Los diputados tienen fuero constitucional. Si los periodistas, como así fue, tuvieran la razón y quisieran denunciar a los diputados por difamarlos eso no procedería por el fuero de los legisladores. Un fuero que les da impunidad e inmunidad.
¿Cómo entonces un medio deberá defenderse de los ataques de un gobernador? Al gobernador se le puede criticar por su actuar, pero nunca un reportero serio actuará para derrocar a un mandatario. Un gobernador como es Marín sí actuará para callar a un medio. Y una vez que logra ese objetivo, entonces, utiliza sus chocantes Avances para suplir las malas noticias con sus supuestas buenas noticias.
En Cuba se tiene a Radio Venceremos en donde se habla de las políticas “del compañero Fidel”. En Puebla tenemos los Avances en los que el gobernador usa a su Puebla revolucionaria y salen sus viejitos y viejitas.
¿Libertad de expresión? ¡Mis huevos!
Esta denuncia no es sólo de Mario Alberto Mejía y Arturo Rueda. Aquí le entramos todos los que estamos en contacto con la información.
Es la garantía de que en el próximo sexenio cualquiera pueda decir, pensar y escribir lo que quiera. Es para el próximo sexenio porque éste ya está visto que no. El totalitarismo y las prácticas fascistas seguirán por un largo rato.
Ése para mí, y un grupo de personas con las que he platicado, es el punto más importante de la denuncia contra el gobernador.
Es la primera medida fuerte que se toma para enfrentar la censura en Puebla. No quiero decir que el par de locos del director y subdirector editorial de CAMBIO son unos chingones y que sin ellos no existiría la información, no, por supuesto que no. Ellos al igual que muchos tenemos claroscuros.
El tema es la discusión de fondo, con qué seguridad vamos a trabajar los que nos dedicamos a esto.
Ya sé que van a responder: pinche idealista, pendejo. Ajá y, ¿cómo frenar los excesos de los medios? La respuesta es simple: para eso existe la calidad informativa y la autorregulación. La competencia. De eso depende todo.
En fin, éste es para muchos el tema de la discusión. Con qué reglas vamos a trabajar para poder expresarnos.
Y sí, de antemano soy un pinche idealista y pendejo.

lunes, octubre 09, 2006

El adiós a la quintacolumna

Al Pueblo carretonero


P R E S E N T E



Palabras como: “¡Ya no hay nada que escuchar. Son chingaderas! ¡Ahora resulta que todo es color de rosa! ¡Me lleva la chingada!”, se pueden oír en cualquier café del centro de la ciudad.
Ayer por ejemplo, un amigo se quejaba amargamente por la desaparición de “La Quintacolumna” radiofónica.
—¿De veras, hermano, que el precioso compró el espacio?
—Pues según la propia gente del gobierno, así fue.
—¿Sabes qué es lo peor, mano? Que esa ya no se la va a acabar. Marín ya le dio sus pinches coscorrones a Lydia Cacho. Ya le dio sus pinches coscorrones a ustedes y ahora quiere poner otro Sicom, pero de música tropical. ¿De qué se trata?, de veras hermanito, ¿de qué se trata? ¿Por qué jugar así de sucio?, ¿qué quiere?, ¿un Estado totalitario, acaso? Pero si le falta el nivel hasta para eso, mano, le falta nivel.
A veces, el pueblo carretonero es más sabio que los políticos de la elite o por lo menos de la elite marinista.
Y a colación con todo esto que está pasando bien vale un texto de Raymundo Riva Palacio que publicó en su libro La Prensa de Los Jardines: “La desinformación es un fenómeno inherente a la lucha por el poder. Se desinforma para moldear a la opinión pública y extender así las fronteras del dominio político. Es decir, la desinformación es el ejercicio de la mentira: se engaña para mantener el poder, llegar a él o querer más. De lo anterior se desprende que la verdad nunca se ha llevado con la política”.
Y el marinismo es un claro ejemplo de ello.
Si existe alguien que quiera refutar la idea anterior vale la pena retomar el “sí es mi voz, pero no es mi voz, pero finalmente sí es mi voz, pero bueno, es mi voz pero truqueada, pero bueno sí la voz sí es la voz, pero es mi voz”.
Recuerden que el propio Marín dijo que le pusieron un acento así como de costeño cuando presentó el estudio del tal (Howard E.) Mattern, que ante la imagen pública valió idem. ¿Eso no es una mentira, acaso?
Ahora, tanto las frecuencias AM y FM se convirtieron en un monólogo gubernamental en donde “todo está muy bien”. En donde ya no son necesarios los infomerciales del Gobierno del estado porque todo está de hueva.
Prendes la radio y escuchas la voz cascada de Enrique Montero Ponce y a Gaby Cruz diciendo: “Sí, señor Montero”.
—Eso (cof, cof) no se vale —dice Montero.
—No, señor Montero, no se vale — responde Gaby Cruz con su vocecita.
O las anécdotas pasadas por agua de Fernando Canales.
En fin, de hueva.
No se trata de decir que el programa radiofónico “La Quintacolumna” sea el nom plus ultra de la información local, no. A lo mejor tuvo sus yerros y sus excesos, pero de algo sí se es claro, era el único programa en la radio —en la historia de Puebla— en la que no se escondía nada, pues hasta sus conductores eran criticados por su público que de pronto se volvió muy severo.
No había día en que los radioescuchas no censuraran a los titulares del programa. No había día en que no despedazaran al invitado, o que criticaran la entrevista. Las llamadas telefónicas hacían el programa de radio.
Eran, en muchísimas ocasiones, la principal fuente de información. Haberse escuchado eso antes en Puebla, jamás.
Por otro lado, el binomio Mario Alberto Mejía-Arturo Rueda fue un fenómeno avasallador. Rueda tenía sus fanes. Mario tenía otros, y ambos se llegaron a partir lamadre entre ironías y acusaciones mutuas. Eso era algo fenomenal. Rompía los guiones escritos, las reglas del buen comportamiento, transgredía todo.
Era un espacio en el que no se ocultó nada.
Se criticó a todos: al gobernador, a su secretario de Gobernación, al PRI, al PAN, al PRD. No se le podía tachar de priistas ni de panistas, ni de rojos a sus conductores porque a veces defendían o denostaban a los mencionados. Eso sí, era un programa duro, fuerte; incluso, hasta pasado de lanza, pero con inteligencia, algo de lo cual carecen nuestras autoridades estatales.
Fue el primer programa radiofónico en Puebla en el que se habló del caso Lydia Cacho, pues aquel 14 de febrero se leyó la nota publicada en La Jornada. Ningún medio se atrevió a hablar ese día por la mañana.En “La Quintacolumna” se escucharon las grabaciones en las que el gobernador festejaba con su ex amigo Kamel Nacif la detención de la periodista. Fue el único programa en el que nos enteramos que un funcionario del sexenio compró un departamento en las playas de Acapulco.
Fue un fenómeno brutal. Las amas de casa, los taxistas, los franeleros, los luchadores, los políticos, los periodistas, los doctores, las enfermeras, los fayuqueros, los empresarios, entre otros, participaron en ese ambiente carretonero, cahuamero y mala madre.
Era el ring de la arena Puebla, en el que a todos, sin excepción, se les mentaba la madre como forma de reconocimiento.
Eran rudos contra rudos.
Era el famoso llano de las prepas o las secundarias en el que se enfrentaban con todo tanto invitados como radioescuchas: los chacos, las cadenas, los varazos, los piquetes de ojos, salían a relucir todas las mañanas.
Creo que eso era lo más valioso del programa: lo desenfadado del respetable y sus dos conductores, pero ese espacio fue acallado por una mano marinista, y confirmado por el propio gobernador al acusar a los conductores de actuar por consigna y perseguirlo.
¿Cómo imaginar a Mejía y a Rueda con sus dos grabadoras de reportero correteando Marín por toda Casa Aguayo? Ellos con una carcajada fúnebre como de película de terror de Vincent Price y el gobernador suplicando como el personaje “El Tuerto” en “Nosotros Los Pobres”: “¡Ya no me pegues, Pepe!, ¡ya no me pegues!”.
Marín cumplió su cometido: censurar.
La radio poblana regresa a su actitud provinciana y chalupera.
Los políticos pueden dormir tranquilos; pueden ir a colocar sus enormes y pestilentes traseros a los cafés y restaurantes de moda; a seguir entre el cochupo y la miseria, porque en la radio ya nadie les dirá nada.