jueves, julio 31, 2008

Instrucciones para subirse a una camioneta

El día que conocí a D., no sólo me impresionaron sus ojos, pues lo que más recuerdo de aquella ocasión fueron los vidrios de su camioneta a la cual ella decidió bautizarla como L. Por lo tanto, lo que más me impresionaron —a parte de los ojos de D.— fue la camioneta mejor conocida para la audiencia como L.

La camioneta L. es el automóvil en el que D. se mueve la mayor parte del tiempo: va a sus clases por las mañanas, va a tomar café con sus amigas, brinda con sus amigos, y de vez en cuando la usa sólo como una extensión de ella: de sus percepciones y sus sentimientos.

Y es que L. es en sí la mejor representación de D., porque L. es como si fuera D. o D es como si fuera L. Aunque ninguna de las dos saben de su enorme parecido. Al parecer D. adora a L., empero, como en las mejores historias: nunca se lo ha dicho, nunca se ha atrevido a decírselo.

L., en cambio, le tolera todo: y cuando se dice todo es porque es todo: desde que fume, patalee, se enoje, le ensucie los tapetes con lodo, le miente la madre a un taxista o que D. esté pensando en otras miles de cosas mientras manipula el volante de L y no se acuerde que trae a L debajo y alrededor de su cuerpo.

También L., eso nos lo ha dado a entender, ha visto llorar en la intimidad a D., y es que L. en sus asientos de velur carga con un buen de lágrimas de D.

L. también ha visto cómo se enoja D., pero también la ha visto reír y según nos ha confiado dos que tres veces la ha recibido con unas copas encima, mentando madres en contra de los hombres “porque todos son iguales”.
L. es discreta y no se atreve a revelar más.

Recientemente L. estuvo en el médico al que le dicen “El hojalatas”, —curioso nombre para un galeno— y L. fue sustituido por una Ford Blanca propiedad de M. Honestamente no era lo mismo: la camioneta Ford propiedad de M. la cual luce reluciente, viva, blanca, pura, sin mancillarse. No tiene ese lado humano de L. que la hace encantadora, pues L. comete errores, llega tarde, es distraída, pero se interesa por todo. Nada que ver aunque tengan cierta relación entre ambas.

Aún no sabemos si es que L. ya salió del hospital en donde le revisaron todo: ¡Jesús el santo!”. Sí, todo. Pero es que L., sufrió un accidente en un estacionamiento, y desconocemos si fue por culpa de D o por culpa de algún otro automóvil que bien podríamos llamar CH o P.

Recuerdo aún cuando conocí a D., pero más cuando conocí a L., —de hecho fue un día después de ver por primera vez a D.—.
Ese viernes de junio habría que bajar los vidrios de L. porque D. estaba fumando.
—¿Quieres bajar el vidrio? —me preguntó D.
—Sí... aprieto aquí ¿no? —respondí titubeante al ver que los elevadores de L. no servían.

D. sonrió como casi siempre lo hace, sino es que antes se ruboriza.

Y ella (D, of course) inventó en ese momento:

Manual para bajar con suavidad los ojos de L, sin morir en el intento”.

Paso número uno: Coloque su mano derecha sobre el vidrio de L. (De preferencia que sus manos no suden, ni tengan grasas de carnitas o tacos árabes, sudados, de ojo, de nana, buche y al pastor).

Paso número dos: sonría y no desespere.

Paso número tres: apriete el botón que está en la portezuela y que le indica que con ese se pueden manipular los elevadores que a su vez suben o bajan (como se desee) los vidrios de L.

Paso número cuatro: Con su mano —de preferencia limpia— empuje hacia abajo, con cariño porque es L. mientras su dedito índice hace lo propio al apretar el botón.

Paso número cinco: No empuje con demasiada fuerza. Recuerde que a L. se le debe tratar como una dama por su parecido con D., el trato debe ser lento, sin desesperarse, con precaución para no lastimarla y dispuesto a que de pronto no baje porque L., también como su ama y señora: hace berrinches.

Paso número seis: Vuelva a sonreír y a no desesperarse.

Paso número siete: No baje todo el vidrio, pues para subirse se necesita un pequeño empujoncito hacia arriba. Recuerde tener limpias las manos, pues cualquier mancha de grasa, mugre o comida será notoria en los pequeños ojos de L.

Paso número ocho: disfrute de L.

Esperamos que L ya haya salido de la operación y cirugía plástica a la que tuvo que entrar urgentemente.

No es fácil con L., porque resulta que L. es distinta a todas las demás, no se le puede tratar mal, no se le puede presionar a que haga las cosas que no quiere porque siempre amenaza con desvielarse.

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