domingo, febrero 12, 2006

Apuntes para un honoris causa

Ignoramus la causa

Fernando Canales se convirtió en el símil del “Nico” de Andrés Manuel López Obrador: fue el chofer, el body guard, el coordinador de la logística, el encargado del pañuelo, el portalápices, el palero y el porrista. En pocas palabras, lo que es “Nico” para el “Peje”, Canales lo fue para Joan Manuel Serrat.
Desde la noche del domingo -30 de enero- que Serrat se hospedó en el Crowne Plaza y que fue recibido por el rector Enrique Agüera, Canales apareció ahí junto con su esposa para el recibimiento. Universitarios comentaron, en tono de sorna, que Canales tuvo la puntada de probar los colchones, probar que el champú del baño no le generara el famoso freeze a su ya escaso cabello y que las botellas de agua contaran con el sello de seguridad.
Serrat desde ayer no sólo se convirtió en el doctor Honoris causa por la universidad más importante en el estado y en el poblano distinguido según lo acordó el Cabildo de la ciudad, se convirtió en el empleador del locutor metido a periodista.
Fue el regidor panista Jorge Cruz Lepe, quien arrancó la ola de elogios al músico catalán y con el tan sonado: “Es una enorme emoción el…” vino una cascada de alabanzas a aquel que ayer llamaron poeta por tan sólo musicalizar los versos de Antonio Machado.
Cruz Lepe dijo (favor de leer como infante ñoño en ceremonia oficial de los lunes): “Al nano, al cantautor, al que ha luchado contra los estados totalitarios. A ése con quien sueña mi hija. A ése con quien sueña mi sobrina y mi esposa.”
Hay que decir que aún con referencia a la canción “Señora”, los discursos fueron todo menos emoción. Fernando Canales, por ejemplo, citó más de diez veces la palabra rebeldía, ello al hacer una breve semblanza de lo que ha sido la ciudad de Puebla.
“¿Rebeldía?”, se preguntaron varios asistentes a la entrega de la copia de la Cédula Real.
Nacho Mier, sentado junto a Enrique Doger, de forma extraña reía mientras Canales hablaba de la rebeldía y a manera de lugar común usaba párrafos de las canciones: “Esos locos bajitos que se incorporan (…) Mediterráneo (…) La Fiesta (…) No lo sé de cierto pero lo supongo (éste no de Serrat, pero sí de Sabines)”.
En ese orden, Canales le dijo a Serrat que prácticamente era poblano por adopción: “Víctor Hugo le escribió a los poblanos de entonces, a los poblanos de hoy, y desde hoy, a ti también”.
Justo al concluir su discurso apareció en una de las puertas del Cabildo Rigoberto Benítez, y él fue testigo de cómo Canales se acercaba a Serrat. Lo abrazaba como un hijo a su padre. Serrat, quien vestía de negro, le llevaba la cabecita de Fernando hacia su pecho y el otro retozaba y sonreía al abrazar a su ídolo.
En esta ocasión, hay que decirlo, Canales se cortó el cabello y no intentó emular al catalán como en otras ocasiones.
De ahí vino Carlos Meza Viveros para concluir con Enrique Doger. Al hablar Serrat refirió a que cuando llegó a Puebla se encontró con que los carteles de su concierto decían “Serrat, adiós a Puebla”.
—Yo ezpero que ezte nombramiento de Poblano no zea una dezpedida, como luego ze acoztumbra —dijo el compositor.
La sesión solemne de Cabildo culminó entre aplausos. Canales fue el primero en salir e ir por su camioneta Jeep color gris y esperar con la puerta abierta al catalán.
Serrat salió del Palacio de Charlie Hall, subió a la camioneta, en donde Canales lo esperaba con la puerta abierta.
Al llegar al edificio Carolino —dos calles más abajo—, Canales entró al edificio Carolino abriéndole paso al cantante.
Dio una rápida inspección del lugar. Rigoberto Benítez, al contrario, fue más tranquilo, no hizo aspavientos.
Al Salón Barroco llegó la esposa del gobernador Margarita García de Marín, el secretario de Educación Pública, Darío Carmona, y el titular de Desarrollo Económico, Gerardo Fernández, así como el vocero del gobierno estatal, Valentín Meneses.
En la sesión del Consejo Universitario, los consejeros fueron mandados a la parte de atrás.
En las primeras filas, por su puesto, se colocó un área VIP (Vi-ay-pi) con unas bandas para evitar que la perrusqui se mezcle con la crema y nata. Ahí estuvieron los directores de las facultades.
Y a las doce con quince minutos Serrat arribó al Salón Barroco acompañado del rector Enrique Agüera. Ambos sostuvieron una breve charla en la Rectoría.
Juntos entraron en medio de empujones de consejeros universitarios que llevaban en lo alto sus celulares con cámaras digitales.
Serrat fue nombrado doctor Honoris causa y le fue colocada una medalla la cual besó, mostró por un espacio de 15 minutos en su pecho y luego la guardó en su estuche de piel.
Para todos sus exégetas, Serrat no era del periodismo del corazón, no obstante, sus discursos emulaban eso y un poco más.
Serrat se convirtió en doctor por la UAP y en poblano distinguido, en medio de esos locos bajitos que se incorporan —para tratar de estar ad hoc con la exégesis—.
Serrat se subió a la camioneta de Canales a eso de la una de la tarde. Al salir del edifico, varios universitarios lo perseguían con sus celulares en la mano gritándole: “¡Serrat, Serrat!” Margarita García de Marín y Enrique Agüera acompañaron al cantante hasta las puertas del Carolino. Atrás un grupo de jóvenes los seguían.
Pero el ídolo de las juventudes sesenteras salió rápidamente casi sin voltear a ver a sus seguidores.
En el primer patio del Carolino se repartieron vino y canapés. Mientras que en el área de prensa, sándwiches y cocacolas, con música del catalán a todo volumen.
El pequeño ambigú fue muy modesto. No hubo la gran comilona acostumbrada, ya que hasta una maestra comía sus churrumaís con limón para acompañar una copa de vino blanco.
El festejo del nuevo doctorado fue exclusivo para universitarios sin el festejado.
Era una fiesta sin payaso.
Y así se quedaron los universitarios.

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