domingo, octubre 26, 2008

Algo en memoria de Ibarra Mazari

Apuntes sobre un viejo cabrón (versión corregida)

José Luis Ibarra Mazari era un viejo cabrón.
Cabrón en el estricto sentido de la palabra: agudo, inteligente, sarcástico, criticón, tierno y buen amigo.
Cabrón, pues.
Falleció el miércoles por la noche, víctima de un problema en el corazón. No soportó una operación que le practicaron en el IMSS San José.
El jueves por la mañana, en Radio Oro, escuché a Luis Ochoa decir que el pasado 24 de diciembre le marcó por teléfono y le preguntó cómo estaba. La sorpresa: por primera vez decía que estaba mal, que estaba en el hospital. "Pero no creas que estoy mal por algo de salud. Estoy mal porque me contrataron de Niño Dios como en diez nacimientos y no me dará tiempo de estar en tantos pesebres."
Así se las gastaba el viejo cabrón.
Era un burlón de sí mismo. No le daba pena decir que él era tuerto: "No me pueden decir que soy discapacitado visual. Soy tuerto. No tengo un ojo. No se les dice discapacitados del cerebro ¿o sí?. Se les dice retrasados. Los ciegos son ciegos y los cojos pues..."
A Ibarra lo escuché por primera vez en 1988, yo tendría como 14 años. Comenzó a conducir junto con Fernando Canales y Marco Arturo Mendoza el programa aquel de A Toda Máquina, cuando a Fernando Crisanto lo había censurado el gobierno de Mariano Piña Olaya y había abandonado dicha transmisión.
Ibarra era un tipo genial y el trío aquel era estupendo.
Posteriormente lo escuché con Eduardo Merlo y Horacio Reyba (su sobrino) en un programa que se transmitía en AM, que se llamaba la Gaceta. Eso habrá sido por ahí de 1992 ó1993.
Dice Merlo que cuando echaron a andar ese programa, Enrique Montero Ponce les dijo: "No, no se preocupen. Dos o tres monos los escucharán".
El problema es que éramos como más de tres mil monos que escuchábamos ese programa que se transmitía en la XEZT, 12.50 de Amplitud Modulada.
Y al pobre de Montero lo monitoreaban los monitos de la sala de prensa del Gobierno del estado.
Montero, siendo honestos, qué güeva.
Yo conocí a Ibarra por ahí de 1995, en la cabina de Sí FM.
Llegó como a eso de las nueve de la mañana. Terminaba el programa de Canales.
Canales al verlo le dijo: "Masiosare"(Léase Mazari).
—Quiobo flaco —respondió el viejo, quien prendía uno de sus tradicionales Marlboro rojos.
Se puso a platicar con Minerva Gutiérrez, operadora de la 98.7.
El viejo cabrón hablaba normal, como si estuviera en un programa de radio. Sin ánimo de caer bien, sin presunciones.
Al escuchar su voz, que es inconfundible, volteé a verlo.
El viejo actuó como si nada.
Le pedí un cigarro (maldita costumbre la mía de fumar a las costillas).
Me lo regaló.
Me quedé callado.
Esa costumbre de encontrarse con tus superhéroes radiofónicos.
El viejo cabrón era como Luis Manuel Pelayo a la hora de interpretar a Kalimán. Era un secreto la voz de Kalimán. Siempre te imaginaste a Kalimán del otro lado de las hondas hertzianas, con su capa, con su traje blanco.
Y es que al ver a Ibarra Masiosare (Canales, dixit) te encuentras a un señor ya canoso, con una mirada (digo una porque nada más le servía un ojo) profunda y con una sonrisa similar a la de un chamaco desmadroso.
Tú escuchabas a Ibarra y te imaginabas a Kalimán, pero no era así, Ibarra en la radio era un Kalimán radiofónico, pero nada que ver con la figura aquella de la "Serenidad y paciencia mi querido Solín".
En 1996, meses después de que Canales emigrara a Radio Oro y se conformara aquella aventura noticiosa llamada En Confianza, Ibarra Mazari llegó a la estación.
Antonio Grajales (Amponio Granujales, como lo llamaría el viejo cabrón) lo contrataría por enésima ocasión.
Ocurrencia o golpe de suerte.
Grajales se le ocurrió decir, muy a su estilo: "Ay, mano, Fernandito (Canales), mano. A ver si van tus reporteros (yo entre ellos) a tomar unas clasesitas, mano, porque son medio pendejos para hablar, mano".
Habrá sido por ahí de septiembre del 96, un sábado a las diez de la mañana cuando por primera vez apareció Ibarra Mazari.
Alma, la secretaria de Canales, le sirvió un café horrible que había ahí.
Llevaba bajo el brazo el libro de "El Águila y La Serpiente" de Martín Luis Guzmán.
Y comenzamos a leer el capítulo aquel de la fiesta de las balas.
"Lean en voz alta, chamacos. Aunque vayan a cagar, lean siempre en voz alta".
A Ibarra se le veía entonces con sus lentes, un suéter, algún libro y el periódico La Jornada, al cual le era muy leal. El café ese horrible que preparaban en Oro, también lo acompañaban todos los sábados.
Sus clases de locución, si se les puede llamar así, eran divertidísimas.
Todo el tiempo leyendo o, en su caso, escuchando las anécdotas de el viejo cabrón, acompañado de los cafés de Almita, sus Marlboro rojos y Mauricio, su asistente, un tipo, por cierto, muy simpático.
Ibarra te platicaba que cuando cumplió un año sin beber alcohol, pues fue alcohólico nuestro Kalimán, descubrió en el calendario que ese día se celebraba el día de San Expedito.
Habrán sido ocho o diez meses que escuchamos reír y platicar a Ibarra Mazari. Sus clases eran dos horas de su programa “Ojo al parche”.
Pepe Azpiazu, uno de los mejores locutores de la XECD, dijo en Radio Oro el jueves pasado: “Ibarra llegaba puntual a la radio. Revisaba los periódicos, llevaba algunos recortes y apuntes. Todo eso lo hacía a veces treinta minutos antes de entrar a sus programas. Para Ibarra no había excusas sus programas eran lo más importante.”
A Ibarra no le gustaba que le alabaran su voz: “Mi voz es un don que Dios o un ser supremo o el creador me dio. Pero eso no depende de mi. Yo no engolo la voz, simplemente trato de leer y hablar correctamente”.
Las clases de Ibarra se acabaron por1997. Posteriormente me lo encontraba en La Vaca Negra o en Los Amorosos de la Juárez, o en cualquier café del centro.
Ahí platicábamos largo y tendido.
Yo quedé de regalarle un libro de Enrique Serna: El Seductor de la Patria.
Y ahora que lo recuerdo, siempre me reclamó porque nunca le hablé a su celular y nunca le regalé el libro, ni modo, me comporté como todo un poblano.
No obstante, con Ibarra se platicaba de todo: de música, de historia, de mujeres, de radio, of course de radio.
La última vez que lo vi fue el uno de noviembre, Ibarra tomaba café con Jesús Manuel Hernández. En un Itallian Coffe, que está sobre la 2 Sur atrás de La Catedral.
Lo saludé.
Reímos un poco, como siempre. El viejo cabrón me hizo reír, como siempre.
Nos despedimos con un fuerte abrazo
Muchos diremos que lo conocimos. Muchos presumiremos de sus largas charlas y de que lo escuchamos en no sé cuántas estaciones de radio. Algunos más practicarán aquello que alguna vez escribió Chava Flores: “Cuando vive el infeliz ya que se muera, hoy que ya está en el veliz que bueno era”. No obstante, sus amigos, dijo acertadamente Ricardo Menéndez Escobedo, éramos todos sus radioescuchas. Éramos sus más fieles seguidores.
Muchos asistieron a darle un adiós.
Otros preferimos dedicarle unas líneas a la voz oficial de los comerciales de Casa Rodoreda.
Hasta siempre, don José Luis.
Sus últimas palabras fueron: "Ya mis burros van muy lejos. Voy y vengo."
Voy y vengo.
Hasta siempre.

No acostumbro hacer esto, pero sólo porque lo pidieron lo repito y es que está diciembre del 2004, en los archivos de este blog, perdón a mis visitantes, pero creo que es bueno recordar al viejo cabrón.

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