miércoles, agosto 27, 2008

Algo sobre mis ojos

A diferencia de los tuyos, los míos carecen de ese brillo. Sabes a qué brillo me refiero.

Mi tío Carlos, un viejo a toda madre que vivió 98 años y que en términos reales era como mi abuelo me regañaba porque me rascaba los ojos desde niño: "Los ojos con los codos", me decía cada que me los tallaba con las manos. Cuando tienes seis años no entiendes qué significa eso e intentaba llevarme los codos a los ojos y es un ejercicio imposible de realizar, aún si fuera contorsionista.

Hace poco más de 34 años, unos días más, pues, abrí por primera ves mis ojos. Vi una luz clara, fuerte, deslumbrante. Lloraba (los ojos por lo tanto se me hacían pequeños). No recuerdo bien el incidente pero supongo que así fue. Más tarde vi a mi madre, a mi padre, a mi hermano mayor y nunca me imaginé que mis ojos servirían para encontrarte 33 años después en un salón enorme. Nunca me imaginé que mi par de bolas que tengo encima de mi nariz (también de bola) servirían para contemplarte un buen rato. Servirían para congelarte en un cuadro que se iría inmediatamente a mi mente.

Mucho menos pensé que con esas bolas te buscaría por todos lados. Que de mis ojos saliera una onda electrónica que recorriera mi cuerpo (también de bola) y esta onda, a su vez, me generara un algo en las piernas, un aire caliente en el pecho y un exhalar profundo.

No.

Tampoco que mis ojos sirvieran para confrontar a los tuyos y que yo ebrio (lo recuerdo aún) brindara contigo mientras miraba los tuyos. Y que me dijeras: "Me viste mientras brindabas" y yo me tragara esa bebida rara que preparaste con sabor a tutsi pop.

Qué chingaos me iba a imaginar que por mirar tus ojos en un restaurante de mariscos me fuera yo a atragantar, perder el estilo, sentir las ganas de tomar aire, porque en ese momento se me acabó y verme en la necesidad de prender un cigarro después de casi un año que no había fumado.

Es más debo confesarte hace 34 años no tenía idea de mi, ni de lo que iba a hacer ni dónde iba a terminar. Poco antes de esa edad, probablemente flotaba cuidando el cuerpon que mis padres hicieron en un momento de calentura. Mi madre siempre me reclama que yo nací porque en ese mes que fui concebido dejó de tomar la píldora. No estaba preparado ni programado. Incluso, dice mi madre que estuve a punto de nacer en un taxi porque ya me urgía salir de ese recinto que me albergó por nueve meses.

Qué iba yo a saber que mis ojos serían como los de mi tío Carlos. Qué sabría yo que un día así nada más vería los tuyos y me quedara pasmado, como siempre que los veo.
Yo que iba a saber que tus ojos estarían en los míos. Qué me iba a imaginar que estarías en mis ojos. Y que siempre que los abro en las mañanas con ellos te veo.

Sé que sueno a lugar común, pero qué quieres. Son mis ojos los que suspiran, son los que te fuman, son los que hacen y provocan todo. De ahí que mis ojos los empiezo a valorar. Uno de ellos tiene astigmatismo: el derecho. El otro: miopía. Mis ojos no sirven para ver de lejos, sólo de cerca. Mis ojos se robaron a los tuyos y sin pedir permiso.

Son ellos los que se mueven, son ellos los que piensan, son los que de manera autoritaria determinaron sacarte una fotografía mejor que la que sirve de publicidad en una revistilla ahí de mal gusto. Son mis ojos los que aún tallo cuando tengo sueño.

Son ellos.

Los mismos que se habrán de comer los gusanos. Los mismos que servirán para verte una y otra y otra vez. Son los que ríen, los que sacan a flote todas esas emociones.

Yo qué pinche culpa.

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